Wednesday 18 June 2014

Escondiéndome detrás de un píxel

“Dos de la tarde y Edu no contesta el Whatsapp.  ¡Y ha estado online TRES veces! ¡Ay, Lo odio!”

Eso le escuché decir a mi prima de 15 años la semana pasada en mis horas de gracia vespertinas, cuando nada tengo que hacer.  Me interesé en el tema y pregunté.  Y es que un grupo de adolescente ahora cuadra la ida para el cine desde Line, Telegram, FaceChat o Whatsapp.  Mi prima estaba muy sorprendida cuando le conté que en mis tiempos (no hará más de quince años) las idas al cine se cuadraban en el liceo, saliendito de clases, y la función se revisaba en el periódico y que además, se estaba uno en el cine media hora antes del comienzo de la película y era más que suficiente.  No había que reventarle el celular a nadie a punta de mensajes para monitorear su localización geográfica o vigilar sus movimientos.  Sí, las cosas eran algo distintas.

Correo, tenían pocos. Celulares, muchos menos. Internet en casa, casi nadie.  Las salas de chat eran populares, en mi ciudad había 4 ó 5 muy, muy famosas. 

Claro que era distinto, por ejemplo:
Investigar.  Si tenías biblioteca en casa, bien por ti. Si no, te tocaba ir a las bibliotecas públicas de la ciudad.  Allí conocí mucha gente interesante.  El copia y pega no existía, bueno no como ahora, se llamaba transcripción y los profesores le decían plagio.  Eso te valía cero en la boleta, por flojo.
Conversar por teléfono.  Por raticos: “¿Los demás también necesitan hablar o qué se cree usted? ¿Qué es el único que lo necesita? ¡Cuelgue ya!”  ¿Por qué? Porque era el teléfono de la casa, no tu celular, que es personal y solo tú tienes derecho exclusivo.  Y todo el mundo llamaba al teléfono de la casa, hasta ese ser que te gustaba.  Y el terror que te daba que te contestará un papá si llamabas a esa personita “especial”.

Ah y sí.  Hablar con esa persona especial era un reto.  Que si al salir de clases, en el receso de 5 minutos que no alcanzaba para nada, a la salida, en alguna salida grupal a la que le invitaran.  Uff era complicado.  Ahora todo está al alcance de un IM, un instant message, que hasta sabes si lo han leído o no.  Mis IM de aquel momento eran papelitos que tú rodabas en el salón, pasando de mano en mano hasta que llegaba a su deseado destino. Los pokes, un pedacito de la goma de borrar o tiza, apuntado justo al cuaderno de la persona de interés, con alguna suerte le dabas en el rostro y te prestaban atención.  Las Cadenas funcionaban como los IMs pero papelitos abiertos, muchas veces interceptados por los profes… y ay de aquel que pillaban con el papel en la mano.

Las fotos valían, tanto emocional como monetariamente.  El rollo de fotos 12, 24, 36, 48, era costoso y sin contar el revelado.  Ahora no.   Le tomamos foto a todo.  Las comidas, la ropa que nos medimos, el pelo, algo chistoso en la calle, el cielo, insectos, muecas, bebes, perros, gatos, pulseras, franelas, el supermercado, las colas. TODO.  Y sólo sabías como era el perro o el gato de alguien si habías ido a su casa.  Ahora sabes hasta como lo bañan.  Eso les pasa a los niños pequeños también.  “Mami pon tus propias fotos de cuando estas desnuda en la ducha en tu Facebook, no las mías, respétame un poco, si? Y yo no te odiaré cuando crezca”.

Y es que el Internet envalentona a cualquiera.  Los chatrooms de los adolescentes son un ejemplo magnífico de esto.  En la sala de mi casa han estado jóvenes callados, reservados, con risas tímidas, algo de modales (que de esto falta un montón). Pero en el chatrooms, son los más atrevidos: chistes van y vienen, sagacidades, astucias, irreverencias: Los James Dean del Internet.  Y las chicas no se quedan atrás: son las Marilyn Monroe con sus vestidos blancos y sus escotes bajos.  “Mami, Papi… ven a ver qué hago en internet”.


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